En el horizonte, una gran luna sangrante se despliega sobre las almas, errantes sonámbulos del infierno. Bajo el peso de sus pecados, se hacen uno con el río de sangre, dejando en el patíbulo, el último suspiro de esperanza, llegando a la extinción de sus corazones...
Entre ellos, ooh dulce musa herida por crueles corazones, en su rostro lleva una sonrisa irónica, una sonrisa que se empaña con sus lágrimas. En su travesía los pecados, caen a sus pies desnudos, teñidos por sus largos cabellos de negro, su blanco vestido, se vuelve como un camaleón de las penumbras...
“Lethe, agua maldita que no pudo borrar el horror de los pecados. Aguas tranquilizantes inutilizadas, solo el soma que acongoja aun mas el alma y acentúa las heridas terrenales.”
Aguas podridas de color sangre, que corroen las piedras del infierno que le rodea, y su oscura mirada de antaño, espera el momento, el momento final…
Una bruma rodea sus tobillos, la muerte, mala consejera. En su mano sostiene una daga, una daga de obsidiana y marfil. Los grifos y las garudas aúllan en las alturas del cielo podrido, y comenzado así su camino de la última aventura, el alma desfallece ante las grandes planicies enrojecidas, mientras un azul Prusia intenso ilumina el cielo vacante.
Ella olvida sus lamentos, y empuña sobre su pecho la daga, en la que encomienda la muerte de todos sus recuerdos, de todos sus sufrimientos. Rápidamente torbellinos, lagrimas de dolor, de esperanza por la salvación, en el final llegan desmesuradamente.
"Oh dulce muerte, trae a mi el recuerdo de la sangre caliente, el abismo de otoño que nunca pudo reconfortarme y llévame contigo en un beso eterno al mas allá."
”Los rostros”, dicen los jueces, “Mira a los rostros del pasado, ve como se disuelven en tu sangre virgen. Y tal como antes, el eterno abismo, revuelto en entes desfigurados que carcomen las entrañas, el él mar extenso nunca sanarás. Así como en los rostros del pasado tu vida se apaga en sangre vuelta un mar de sufrimientos, mira como se hacen uno con el frío mar que rodea tu cuerpo celeste...”
El corazón, palpitante, ojos apagados por el dolor, y el sueño eterno, pero un rostro de marfil que aun conserva esa pequeña sonrisa de niña, cubierta por sus finos cabellos negros como la noche.
En el cielo, desgarrada por un brillo infinito, por una mirada aguda que miro mas allá de sus colinas, la luna se abre como un corazón roto, haciendo una cascada sangrante, y de su interior brota un destello, una llovizna de plumajes que cubrió el cuerpo cósmico que moría en medio del infierno.
Las montañas de agujas se disolvieron, y los mares de sangre se detuvieron, congelados por el frío rayo que descendía del corazón de la luna. Entonces un ángel descendió, su corazón sangraba también, su mirada permanecía apagada, dormido él estaba... Con delicadeza sostuvo el cuerpo liviano de la musa, la diosa, perfecta...
“Tómame en tu lugar, extingue mi alma con la tuya dulce musa, déjame tocar tus labios y vivir tu muerte”
Con el Letheo como escenario, el brillo de la musa palpito en el corazón congelado del ángel, ambos corazones resonaron a la misma intensidad, y sus miradas solo brillaban para ellos...
Mirando en su interior, el ángel lloraba por ella: la diosa, la musa, la divinidad. Dulces y agudos ojos miraron al ángel, deteniendo el tiempo y el espacio. Al compás de un silencio perpetuo, su mano tomo de la mejilla al ángel, mientras detrás de ellos los observaba una luna muerta...
“Mientras la sangre brota de tu pecho, musa divina que sollozas en tu dolor, con la herida de tu corazón. Tú, perfecta divinidad me regalas en tu impresión, detenida por el tiempo, el reflejo de tu sonrisa, como una flor de titanio, como un nombre irrecordable, la estática del momento. Un final, un mundo sella en mi el suspiro de tus labios, déjame beber de tu boca el elixir divino, y deja en mis manos el calor de las tuyas... y unísono con mis besos, en este momento final, déjame cubrirte con el calor de mi piel”
De pronto, la sentencia divina resonó estruendosamente, cuando en una sola palabra la destrucción de aquel momento fue anunciada en el instante preciso que aquel único beso de amor fuera a ser concebido. El fulgor opaco del planeta ilumino sus cuerpos casi etéreos y en una ráfaga de viento quedaron congelados como los más finos mármoles, manchados por la sangre de ambos y cristalizados en sus ojos los sentimientos que en agua debieron fluir repetidamente.
Así se quedaron para siempre en la soledad de aquel paraje del infierno, que seria la escena de un amor jamás logrado, quedaron envueltos en una tormenta silenciosa, que no hacia ruido, que no poseía nubes, una tormenta que vivía en el beso que los petrifico, en donde nadie jamás muere o renace....
(Textos de Senekyz y Seshen, 6 de febrero 2010)